Decían los castizos que al Estado español solo le unía la Liga de Fútbol, la Guardia Civil y el Corte Inglés. Y a pesar de lo chusco del comentario, sigue siendo una de las anomalías de una transición mal hecha e igualada por abajo. El Estado de las autonomías nunca fue tomado en serio en Madrid (España es Madrid) y siempre fue considerado un mal menor. Nació como tal pues fue la respuesta defensiva a un problema muy concreto: Catalunya, Euzkadi y Galiza. Una piedra en el zapato. Era la Galeuzka de 1933, que vista la importancia hoy de sus votos en el Congreso, quizás deberíamos unirnos más para hacer valer lo que no se pudo en 1978 con la achicoria para todos. Había que resolver el eterno problema de las naciones llamadas periféricas y se buscó el modo de diluirlo: en vez de tres, diecisiete. Cuarenta y siete años después, las consecuencias son claras. Todavía el Estatuto de Gernika está sin cumplir y el arreón de los últimos años, a cuenta gotas, tiene su razón de ser, no en el cumplimiento de una ley orgánica refrendada, sino en apoyos de supervivencia al Gobierno Sánchez.

Ahora a la envidia se le llama agravio comparativo

Vázquez Montalban decía que vistas desde la Moncloa, las comunidades autónomas se dividen en tres: territorio apache (las gobernadas por los nacionalistas), territorio hostil (las que gobierna el partido de la oposición) y las leales (las que gobierna el propio partido). Y así ha sido con el PSOE y con el PP. Sobre esto tengo la vivencia de lo que me dijo Joaquín Almunia, el bilbaíno que fue ministro de Administraciones Públicas. “Teníamos en el Ministerio como secretario de Estado a Paco Peña, un buen español al que llamábamos Paco España, pues era el que ponía la lupa a toda ley y acuerdo que os podía afectar y lo frenaba todo. Ese era su trabajo”. Algo parecido dijo Alfonso Guerra cuando se ocuparon de “cepillar” el estatuto catalán.

Carmen Díez de Rivera

No fue ese el criterio inicial. Durante toda la dictadura y al inicio de la transición solo había dos demandas encima de la mesa hasta el punto que en 1978 eran consideradas Catalunya, Euzkadi y Galicia, las “nacionalidades históricas” con acceso directo a la autonomía por ascensor y no por las escaleras. Felipe González le dijo a Xabier Arzalluz en 1980 que Andalucía como tal no existía políticamente. Que Sevilla no podía verse con Cádiz y Córdoba, que Huelva estaba muy lejos y que lo mejor era organizar una Mancomunidad de Diputaciones. Solo hizo falta que el PSOE tuviera dificultades en Almería para utilizar como ariete de desgaste contra la UCD este asunto y de repente por puro partidismo, surgió Andalucía como “nacionalidad histórica”. Y el gran argumento fue el del agravio comparativo, forma eufemística de lo que conocemos como envidia política, “tristeza por el bien ajeno” como si la identidad española no la tuvieran asegurada con su concepto de lo español. No era eso lo que reivindicaban los partidos nacionalistas catalanes, vascos y gallegos.

Hoy pocos han oído hablar de Carmen Díez de Rivera pero en aquellos inicios de la transición fue una de las musas que habitó en la Moncloa con el presidente Suárez. Hija nada menos que de Ramón Serrano Suñer, el cuñado de Franco y autor, su padre, de los decretos de castigo a Gipuzkoa y Bizkaia en su eliminación del Concierto Económico por su “traición a la Cruzada”. Aristócrata rebelde, a los 17 años empezó a trabajar en la Revista de Occidente. Siempre en busca de libertad, tras completar Ciencias Políticas y pasar por la Sorbona, a los 23 años se fue como cooperante a Costa de Marfil, donde permaneció dos años dando clases en los poblados de la selva. Ese mismo espíritu libre y crítico la convertía a los 33 años en la mujer más influyente de la transición como directora del gabinete del presidente Adolfo Suárez. La prensa de la época destacó su cultura, su concepción de la política de estado y su belleza. Su trabajo, influencia e insistencia logró se eliminara el Tribunal de Orden Público, se legalizaran los sindicatos y partidos y apoyó a Suárez en su enfrentamiento con los militares reconociendo al Partido Comunista. Fue la mujer más influyente en dos años y se le conoció como “la Musa de la Transición”. Curiosamente, hoy no se habla de ella.

La traigo a cuento pues dos años antes de fallecer en 1999, Pepa Roma le preguntó sobre si se hicieron concesiones en la transición que no se debieron haberse hecho. Carmen Díez de Rivera le contestó que sí. “El Estado de las autonomías tal como se hizo es una de ellas. Debían haberse reconocido solo a las históricas como siempre lo habían pedido y luego ya se habría visto. De ahí arranca esa reivindicación permanente. Todo lo que es artificial va fomentando luego un agravio comparativo. Si das café para todos, es normal que las históricas sigan reclamando su diferencia de alguna manera. El problema es que muchas de las personas que rodeaban a Suárez no procedían de la oposición democrática, sino de la situación anterior y cualquier concesión les parecía una cosa tremenda. Entonces, para enmascarar las concesiones a las comunidades históricas, se hizo aquello de la autonomía para todos”. “A Suárez lo acuchillaron por la espalda los de su propio partido y por eso no quise afiliarme a la UCD y dejé el gabinete de presidencia para afiliarme al PSP de Tierno Galván. Yo era partidaria de que entraran demócratas de toda la vida”. “Y es que cuando empiezan a salir las cosas, empiezan los presidentes, todos, a recibir todo tipo de parabienes. Oh, presidente, sí presidente, y a todas horas presidente y más presidente. Es un empalago constante, con lo que llega un momento en el que, ni ellos mismos, son capaces de darse cuenta de cómo se van aislando y la mínima crítica les sorprende. Entre tanto halago no se abren a la crítica constructiva y piensan que eres una marginal y empiezan a rechazar a las personas que de alguna manera les traen a la realidad”.

Fueron declaraciones muy esclarecedoras desde el mismo centro del poder con lo que pasó en aquellas negociaciones en 1978 y 1979. En esta onda recuerdo como en un acto oficial en el que estaba hablando con Benegas nos vino directamente Adolfo Suárez y nos pidió que contáramos el dato que nos iba a dar. “Solo cuando decidí dimitir, al final de 1980, abordé la devolución del Concierto para Gipuzkoa y para Bizkaia. Hoy no sería posible. Se consideraría un agravio comparativo”.

La España de Frankenstein

El monstruo de Frankenstein es un personaje de ficción que apareció por primera vez en la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley. Se trata de un ser creado a partir de partes diferentes de cadáveres, al cual le es otorgada la vida por su creador Víctor Frankenstein, durante un experimento. El monstruo debía ser bastante listo pero el continuo rechazo del que era objeto lo hace convertirse en un ser solitario, amargado y vengativo. Al final acaba su vida quemándose vivo en una hoguera en el Polo Norte.

José María Maravall, ministro de Educación y Ciencia en dos legislaturas del gobierno de Felipe González, fue una de las cabezas más lúcidas del PSOE. Amigo personal del ex presidente, educado en Oxford y en la Complutense, dirigió el Centro de Estudios Avanzados de Ciencias Sociales del Instituto Juan March. Hace poco le hicieron una entrevista donde le preguntaban si se parecía algo el estado español actual al que se diseñó al inicio de la transición. “Cuando se diseñó la Constitución –contestó– había un problema muy grave que era el acomodo de los nacionalismos históricos catalán y vasco. También debía iniciarse un proceso de descentralización. Sin embargo, los poderes fácticos preferían diecisiete autonomías a solo dos, para Catalunya y Euzkadi. La consecuencia fue un solapamiento entre la descentralización y el acomodo de los nacionalismos. Pero lo cierto es que no existía un modelo. Algunos teníamos muy claro que el País Vasco y Catalunya debían ser tratados de forma distinta”.

El problema actual es que tanto socialistas como populares han creado un Frankenstein y no saben cómo convivir con él. Y eso que tienen elementos para hacerlo, pero prima “el agravio comparativo”. Mataron el tigre en 1978 y se asustaron con la piel. El tigre es el artículo 2 de la Constitución del 78 que habla de “la indisoluble unidad de España” pero “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Con este artículo, según el ponente constitucional Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, se pueden hacer virguerías, si hay voluntad política para ello. ¿La tienen Sánchez y Núñez Feijóo, que no llegan con sus votos a su mayoría para gobernar en esta tacada?

Fraga Iribarne y su rancio españolismo lo vio claro en 1978 y dijo que “Alianza Popular rechazaba con toda energía y con plena conciencia de la trascendencia histórica de su gesto, la introducción de su expresión Nacionalidades en la Constitución. Para nosotros no existe más Nación que la española...Y no es el momento de volver sobre el hecho indiscutible de que Nación y Nacionalidad es lo mismo, ni de recordar las inevitables consecuencias de un pretendido derecho a la autodeterminación y a un estado propio”. Miquel Roca, por CiU, le contestó: ”Efectivamente, don Manuel. Nación y Nacionalidad quieren decir absolutamente lo mismo. Estas naciones sin estado es lo que modernamente ha venido en llamarse nacionalidades. Es evidente que España es una realidad plurinacional”. Bono, en la librería Blanquerna, ratificó lo dicho por Maravall cuando le invité a la presentación de mi libro Extraños en Madrid, reconociendo que el café para todos que “sirvió al principio para la creación del Estado de las autonomías durante la transición fue un error” que a su juicio “se puede corregir”. “Fue una salida pero probablemente no fue una solución”. Durante su intervención Bono, presidente del Congreso en ese momento, explicó que cuando acabó la dictadura franquista, el ejército no estaba dispuesto a que la Constitución reconociera el derecho al autogobierno del País Vasco y de Catalunya y que para evitar una sublevación, se les dijo a los militares que lo mismo que se iba a reconocer a vascos y catalanes se reconocería también al resto del estado. “El café para todos fue el invento de los estrategas del momento”, comentó para reconocer a renglón seguido que ésta fórmula favoreció a otras regiones que, como Castilla-La Mancha, pudieron superar gracias a ella “un bache histórico insuperable”.

Como le resumió Pepe Mujica a Évole su visión sobre España. “Castilla no afloja”. Pues eso.

Diputado y senador de EAJ-PNV (1985-2015)